sábado, 24 de noviembre de 2012

La dura vida de los genios incomprendidos

Se sentó a fumar mientras esperaba la llegada de la inspiración. La inspiración se retrasaba y los cigarros se encadenaban uno tras otro. Puso su cara de genio incomprendido y paseó de un lado a otro de la habitación. Su cara de genio incomprendido consistía en lo siguiente: se imaginaba que se parecía a Beckett. No era cierto ni por asomo, pero bueno, así pasaba el rato. Caminaba de un lado a otro de la habitación tal como se imaginaba que caminaría Beckett, con el semblante serio y concentrado. Esto es lo que estuvo haciendo durante un buen rato. Luego escribió un párrafo. Luego lo borró. Era una mierda. Le pareció un gran adelanto haber borrado ese párrafo infame. Un acto digno del mismísimo Beckett. Una nueva oportunidad de fracasar se divisaba en el horizonte, como una caricia de luces lejanas. Estaba entusiasmado. Se sentó en su silla, estirando un poco las piernas, no del todo, con un nuevo cigarro entre los dedos, mirando a la cámara, exactamente del mismo modo en que se sentaba Beckett. Luego bajó a cenar. Los tarados que pierden el tiempo imaginando que se parecen a Beckett también comen.


Probablemente me metí en una especie de espiral invertida, quiero decir una espiral cuyos anillos, en vez de ir ampliándose, se fueran reduciendo.
Beckett, El innombrable

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