lunes, 7 de mayo de 2012

Un hombre sentado en el interior de la caverna

Todo el tiempo ha estado transcurriendo el tiempo, sin que te dieras cuenta. Inexorable y afilado, implacable y silencioso. Al margen de tu conciencia, pero no de tu cuerpo, porque tu cuerpo, de alguna forma, es tiempo, y tú eres tu cuerpo y quizá, entonces, tú eres tiempo. El resplandor matinal penetra por la ventana, atenuado por las plomizas nubes grises. Has estado soñando toda la noche, inquieto, y no recuerdas nada de lo soñado. Nada concreto. Sensaciones borrosas, sin contornos precisos, remolinos de recuerdos nimios, girando dentro de tu cabeza, una frase aquí, una mirada allí. Más o menos eso es todo lo que puedes decir de tus sueños. Cascadas sucesivas de imágenes incongruentes. Algo así. Te gustaría ser más preciso, pero no puedes. Ahora llueve con una cadencia parsimoniosa, una lluvia fina, delgados y oblicuos hilos de agua discontinuos que se estrellan sobre los tejados y sobre las aceras. Has pensado sobre tu vida como si no te perteneciera. No has pensado mucho, la verdad. Frenesí, ilusión, farsa, apariencia, sombra. Sentado en la caverna, esperando.

Cuando ya salías de tu sueño, pero aún no habías ingresado del todo en la vigilia, en este intersticio fugaz de la duermevela, su rostro aparecía y no aparecía, porque lo recordabas y no lo recordabas. Intentabas definir su rostro, su imagen, pero se escabullía sin remedio, huía, se disolvía como una gota de agua en un charco, perdía su identidad, su singularidad, aunque en tu memoria quedaba algún retazo suelto de su expresión, al que intentabas agarrarte mentalmente, con la esperanza de que no cayera en el olvido para siempre. Este empeño que amenazaba con tornarse obsesivo y que claramente estaba destinado al fracaso, o al menos a un fracaso parcial, obedecía a una particular tensión fronteriza. Si recordaras, sin más, su imagen, no pensarían tanto en ella, y si no recordaras nada, tampoco pensarías en ella, en este caso porque no podrías, pero al haberse quedado en ese espacio intermedio, indeterminado, se transformaba en enigma y acosaba tu mente, que estaba y no estaba despierta.

Solo los enigmas sin solución perduran. El tiempo, el sueño, la muerte, por ejemplo. Piensa en tu vida como si fuera el sueño de otro, como si otro, a una distancia enorme de ti, te soñara, y ambos estuvierais entrelazados cuánticamente y repitierais los mismos gestos, perfectamente coordinados, y desconocidos el uno para el otro. Esto no parece tener mucho sentido, pero suena bien. Ya no llueve. Los charcos son la memoria de la lluvia, quizás. Esto también te suena bien. ¿Tu vida como el sueño de las gotas de lluvia en los charcos de la carretera? Esto ya es pasarse de la raya. ¿Son tus sueños, por tanto, la vida de otro, de otro que vive a una distancia enorme de ti, en otro apartado rincón del universo centelleante? Tu doble, esa inversión simétrica de ti mismo, para quien, a su vez, tú eres su doble. ¿Estará pensando él también, ahora, lo mismo que tú?

Cómodamente sentado en la caverna, fumando un cigarro, mirando las sombras que pasan, instalado ya y habituado al ambiente, amigo de algunas de las sombras que pasan, que te dicen cosas bonitas y todo, y tú se lo agradeces, y sabes que, aunque oscuridad y silencio es el triste destino de todo, no se está tan mal aquí, porque de vez en cuando encuentras sombras simpáticas, sombras que sonríen, y las sombras que sonríen no pueden ser del todo sombras, eso está claro.

Te quedas mirando absorto los árboles, una vez más. Se diría que los espías. Ni siquiera sabes sus nombres. ¿Cómo se llaman esos árboles de allí? En cualquier caso, no responderían, aunque les llamases por sus nombres. Carecen de nombre propio, el lenguaje los engloba en universales, pero los universales no existen. Ahora descubres que Perec ha hablado de los árboles, abriendo al azar un libro suyo, y que lo ha hecho mucho mejor que tú, y te fascina esa coincidencia aunque, todo hay que decirlo, te fastidia un poco, porque querrías haber sido tú el que hubiera escrito esto: jamás dialogarás con un árbol. Lo de que no responderían si les llamases es casi igual, pero no estabas pensando en Perec cuando lo has escrito. Quizá inconscientemente, en tu memoria, habitaban sus palabras. Todo esto te parece muy raro. ¿Plagias sin darte cuenta? ¿Y por qué, precisamente, has abierto Un hombre que duerme justo por la parte en que habla de los árboles y justo en el momento después de escribir tú sobre los árboles? ¿Se comunica Perec contigo? ¿En serio te parece mínimamente cuerda esa idea? ¿Un nuevo y delirante caso de entrelazamiento cuántico?

Ahora te has preparado un café, así ligerín, según tus propias palabras, y tratas de imaginar un diálogo con Perec ya que, según parece, él insiste en comunicarse contigo. Te hace muy feliz que Perec, nada menos, quiera hablar contigo. No es algo que suceda todos los días. Te pones un poco nervioso porque, en fin, es Perec, un puto genio, con su pinta de chiflado y su perilla estrafalaria y su expresión traviesa. Así que dialogas con Perec, ya que los árboles son mudos y jamás dialogarás con ellos, durante un rato bastante largo.

Dejar ecos, huellas, trazos, signos desperdigados, migas para el camino de vuelta, voces en la niebla. ¿Volver a dónde? ¿Y qué dicen las voces?

Ha salido el sol, se ha abierto paso entre las nubes, poderoso, el astro rey, la estrella más cercana, obviamente, la estrella que de tan obvia se nos olvida que es también una estrella. El tiempo sigue transcurriendo, todo este tiempo el tiempo ha estado transcurriendo, la tierra no ha parado de girar alrededor del sol.

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